Las últimas palabras del hombre que mató al asesino de Kennedy y privó al mundo de la verdad del caso

Lee Harvey Oswald winces as Dallas night club owner Jack Ruby shoots at Dallas police headquarters on Nov. 24, 1963 (AP Photo/Dallas Times-Herald, Bob Jackson)

 

 

 





“Alguien tenía que hacerlo”, fue lo único que dijo Jacob Leon Rubenstein la mañana del 24 de noviembre de 1963, cuando los policías lo redujeron.

Por Infobae

En el piso, Lee Harvey Oswald, el supuesto asesino solitario de John Fitzgerald Kennedy, se retorcía de dolor con una bala en el estómago. Moriría poco después.

Habían pasado dos días del magnicidio. El mundo seguía impactado por el atentado mortal contra el presidente de los Estados Unidos y, a pesar de la casi inmediata captura de Oswald, señalado como el tirador que lo había matado, las versiones conspirativas sobre los autores intelectuales detrás del crimen ya circulaban a velocidad de rayo: que la CIA, que la KGB, que el FBI del odioso Edgar J. Hoover, que los cubanos castristas, los cubanos de Miami, y hasta el propio Lyndon B. Johnson, sentado ahora en el Salón Oval de la Casa Blanca por obra y gracia de la muerte de Kennedy.

La esperanza de esclarecer las cosas estaba depositada en los interrogatorios y el desarrollo del juicio al que sería sometido Oswald, pero un oscuro hombrecito al que en el mundo de la noche se conocía como Jack Ruby la había abortado con un solo disparo en el subsuelo de la Jefatura de Policía de Dallas.

En los interrogatorios Ruby se mantuvo firme en su versión: “Alguien tenía que hacerlo, ustedes no iban a hacerlo”, dijo. Y fue terminante: “No hubo conspiración”.

La ecuación mortal se resolvió con un resultado que nadie podía creer: el asesino solitario del presidente había sido asesinado otro asesino solitario.

 

Jack Ruby junto a dos integrantes de los espectáculos de sus cabarets (Bettmann Archive)

 

Ruby, nacido el 25 de marzo de 1911, no dijo nada más sobre el asunto hasta el día anterior a su muerte, tres años, un mes y diez días después de haber matado a Oswald.

Lo hizo desde la cama del hospital donde agonizaba, frente a su hermano, su abogado y un grabador encendido.

El magnicidio de Kennedy

A las 12.30 del 22 de noviembre de 1963, el Lincoln Continental Convertible que llevaba al presidente John Fitzgerald Kennedy por las calles de Dallas, Texas, entró en la Plaza Dealey. Era el segundo auto de la caravana y nestaba sin la capota porque el mandatario quería saludar al público que se había reunido en las calles para verlo. Al volante estaba el agente William Greer y en el asiento del acompañante su compañero Roy Kellerman; detrás de ellos iban sentados el gobernador de Texas John Connally y su esposa Nellie; en la tercera fila de asientos viajaban Kennedy y su esposa Jacqueline.

En la esquina de la calle Houston y la calle Elm, la caravana debió aminorar la velocidad para hacer un giro a la izquierda y la limusina quedó frente al el edificio del Almacén de Libros Escolares de Texas.

En ese momento se escucharon tres disparos en menos de cinco segundos. El último impactó en la cabeza del presidente y la destrozó. La limusina corrió a más de 120 kilómetros por hora hacia el Hospital Parkland Memorial, el más cercano. El gobernador Connally estaba herido, en el asiento trasero, Jacqueline sostenía la cabeza destrozada de su esposo muerto contra su pecho. En el Hospital, los médicos intentaron todo por recuperarlo, era imposible.

Para seguir leyendo, clic AQUÍ.