Thaelman Urgelles: ¿Conservará la revolución bolivariana la vocación expansionista?

Cualquiera que sea su signo ideológico, la época o el lugar de su ocurrencia, las revoluciones suelen tener una serie de rasgos comunes. El más frecuente entre ellos, es sin duda la rápida conversión del poder revolucionario en un poder autárquico, hegemonizador de toda la sociedad. En segundo lugar, pero con mayor impacto en la historia de los pueblos, está la vocación expansionista, su voluntad o necesidad de ejercer influencia o, como se dice hoy, exportarse o implantarse en los territorios vecinos al que ha sido escenario de una transformación revolucionaria.

La revolución francesa, ícono entre todas estas convulsiones de la vida socio-política de un país, no tardó en proponerse la implantación de su modelo en otros países. Mas esta voluntad no surgió en una primera etapa del desvarío, en la que los revolucionarios estuvieron demasiado ocupados en resolver sus contradicciones internas, la inicial división entre jacobinos y girondinos, luego entre los propios jacobinos –Marat vs. Robespierre-, el sanguinario período del terror, hasta caer en el Directorio y finalmente en el predominio de Bonaparte.

Pero incluso con el agresivo Napoleón, el proyecto expansionista de los revolucionarios franceses fue el resultado de una necesidad defensiva frente a la hostilidad de las monarquías europeas, las cuales unificaron criterios y depusieron sus diferencias para enfrentar el peligro de que el virus republicano galo se extendiese hacia sus dominios. El éxito de las campañas napoleónicas devino inmediatamente en una voluntad exportadora del modelo revolucionario adquirido en 1789, o el despertar de la vocación universalista que anida en lo más íntimo de las conciencias revolucionarias. De ahí en adelante, toda gesta revolucionaria ha encontrado su cabal destino en el proyecto de extender al máximo las fronteras de la “utopía” por ella alcanzada.





La revolución rusa pasó de la guerra civil inmediatamente declarada por sus opositores internos a las acometidas contra sus vecinos. Es cierto que tuvieron años de “revolución endógena”, necesarios para recuperarse de los rigores de las guerras (civil y primera mundial). De cualquier modo, durante ese período vivieron una dura polémica acerca de si continuar sin pausa la revolución hacia el resto de Europa –tesis de Trotsky, de la revolución permanente- o la tesis de Lenin, seguido por Stalin, de concentrarse en Rusia para terminar de implantar el “poder soviético” en aquel enorme territorio. A la muerte de Lenin, Stalin resolvió el debate a su manera, al proscribir a Trotsky, persegguirlo hasta su asesinato en México años después y depurar al partido de todo militante sospechoso de disidencia. Al cabo de década y media había consolidado un sólido régimen de terror con cierto sustento económico-industrial, lo cual le permitió negociar “de tú a tú” con el naciente hegemón europeo, Adolf Hitler, y con él repartirse territorios y áreas de influencia. Ponía ya en juego la inevitable vocación colonialista de toda revolución.

De Hitler y su revolución nacional-socialista –también “obrera”, algo que se suele olvidar- ni se diga. Fue muy rápido el tránsito entre su toma “democrática” del poder y las invasiones, anexiones, protectorados y toda clase de maniobras expansionistas. Casi todas ellas bajo las más escabrosas y retorcidas excusas en las que la pobre Alemania era siempre víctima de agresiones extranjeras. Algo que no requiere mucha explicación entre nosotros, pues ya somos duchos en esta clase de ardides; y porque los resultados del expansionismo nazi son demasiado divulgados por la historia.

De la revolución nazi y de la fascista (también expansionista) abrevó el joven Fidel Castro sus sueños de dominio perpetuo sobre el pequeño terriorio que le tocó habitar. Mas cuando le llegó la oportunidad de cumplirlos, lo que tenía a la mano no eran aquellos referentes sino uno muy parecido en los métodos aunque no en la retórica. Sin dudarlo un momento se alió con la URSS, no sin antes apartar a los tradicionales comunistas cubanos, en aquel momento representantes del poder soviético en la isla. No había terminado de consolidar su hegemonía sobre Cuba, cuando ya Castro andaba en aventuras expansionistas hacia sus vecinos, primero en América Latina y luego en África y Asia. Todo ello terminó en los fracasos más rotundos y en África estuvo manchado por la sensación de que las aventuras castristas en ese continente las hacía como pago –con sangre de jóvenes cubanos- por la sustanciosa ayuda que recibía de los soviéticos y su entorno.

La revolución bolivariana no iba ser una excepción en cuanto al afán de extender su influencia en el entorno más inmediato e incluso participar en conflictos ajenos y lejanos que le dieran a su líder una visibilidad mundial parecida a la que en su momento alcanzó su tutor Fidel Castro. Debido al modo electoral como arribó al poder (un corset del que no se ha podido librar hasta ahora) y también a las condiciones objetivas del entorno mundial de hoy, el expansionismo chavista no pudo ser militar sino político y diplomático, apalancado en la enorme factura petrolera que le tocó en suerte a partir de 2004. Y no es poco lo que el discípulo ha logrado en la materia durante estos 8 años, sin duda mucho más de lo conseguido por el maestro con sus aventuras guerrilleras e invasoras de los años 60s y 70s.

Hoy, amigos lectores de El Diario de Caracas, cuando vivimos el irremediable ocaso personal de Hugo Chávez, cabe preguntarse si la vocación expansionista de los “bolivarianos” podrá ser mantenida por sus herederos. En primer lugar, les toca mantener su dominio electoral en Venezuela, en la inminente elección que sobrevendrá tras la defunción de su líder. De salir airosos en ello, tendrán que lidiar con el desastre económico y financiero labrado por los delirios del ausente. Y finalmente demostrar si Maduro –heredero “primus inter pares”- calza las botas de su predecesor en cuanto a ascendencia sobre sus vecinos, dado que la chequera estará menguada por su orientación a saldar problemas internos y la enorme deuda legada por la dispendiosa “espada que camina por América latina”. EDC/TU

@TUrgelles

 

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