Fernando Mires: El pasaporte de Yoani Sánchez

Fernando Mires: El pasaporte de Yoani Sánchez

En la vida casi nunca los hechos ocurren aislados. De ahí que no necesitamos aguda perspicacia para entender que entre el hecho de que a una parte de la población cubana y por cierto a una de sus representantes más simbólicas, Yoaní Sánchez, le fuera concedido el derecho a poseer un pasaporte, y el nombramiento de Raúl Castro como presidente de CELAC, hay una cierta relación.

Fue un gesto político del dictador. Si no lo hubiera hecho, la abyección que significa otorgar a una dictadura la presidencia de una asociación internacional, por muy ineficaz que sea -imaginemos a Pinochet presidiendo a la OEA- habría sido todavía peor. Con ello el dictador quería significar que Cuba está abierta a los cambios.

Cierto es que en los últimos tiempos ha habido algunos ajustes en la economía cubana en la cual un sector privado coparticipa con el oxidado capitalismo estatal que impusieron los Castro. Cierto es también que Raúl Castro parece haber entendido que la imagen de Cuba en el mundo es deplorable. Pero también es cierto, y Castro lo demostró en la CELAC, que su dictadura no ha abandonado nunca el proyecto de construir una hegemonía anti-democrática en la región.





Digámoslo sin rodeos: Para el castro-chavismo la CELAC es un frente internacional del ALBA, institución que a la vez es un frente del castro-chavismo. Eso significa que el castro-chavismo busca ejercer influencia más allá del ALBA, a través de CELAC. Por el momento -así hay que leer la estrategia- se trataría de neutralizar a los gobiernos “burgueses” presentes en CELAC, lo que en cierto modo el dictador cubano ha conseguido.

Ya era bastante problemático para Castro recibir críticas al no haber permitido viajar a Chile a Rosa María, hija del mártir Oswaldo Payá. Aunque las críticas chilenas nunca fueron muchas -en Chile se cree que la única dictadura que ha habido en el mundo fue la de Pinochet- sumadas al apoyo que concitan los reclamos de Yoaní, la imagen del dictador podría haber aparecido aún más turbia de lo que es, y eso había que evitarlo.

La prueba de que la dictadura cubana no ha abandonado el proyecto hegemónico del fidelismo la otorgó el mismo Raúl Castro. Su violento ataque a la oposición venezolana en su discurso de la CELAC sólo fue superado en grosería por el silencio otorgado por los presidentes latinoamericanos. Una muestra más de algo que se sabe: en América Latina existen estructuras democráticas pero espíritus democráticos casi ni los hay.

En un continente de presidentes negociadores todo es negociable: los valores, los derechos y por cierto, los pasaportes.

Imaginemos, para dimensionar en su exacto sentido el abuso cometido por Castro en Chile, que Angela Merkel viajara a Bruselas a insultar en la UE a toda la oposición española porque acusa al presidente Rajoy (cercano a la Merkel) de corrupción. Todos los países europeos sin excepción habrían reaccionado con indignación en contra de Merkel.

Ahora, cuando no un mandatario legítimo como Angela Merkel, sino un miserable dictador insulta a casi la mitad de la población de Venezuela ante el silencio de todas las presidencias, ese silencio otorga al gobierno venezolano un salvoconducto para seguir caminando por un camino que sólo puede llevar a otra dictadura.

Ni corto ni perezoso, el ex ministro venezolano (no tiene otro título constitucional) Maduro, comenzó a poner en práctica el clásico sistema de exterminio político de tipo raulista: “abrir investigaciones” en contra de determinados opositores; acusar de corrupción -¡precisamente él, representante del gobierno que se encuentra en el escalón más alto de la corrupción continental!- a una oposición que no maneja fondos públicos; y difamar, ensuciar, destruir a las personas más “peligrosas”. Esas son huellas indelebles de los servicios de represión cubanos.

Hizo bien entonces el gobernador Henrique Capriles al entrevistarse en Colombia con el español Felipe Gonzáles del PSOE. Porque si la represión de tipo castrista sigue arreciando en Venezuela, ni Capriles ni ningún demócrata podrán contar con el apoyo de algún gobierno latinoamericano. Si es que alguna vez buscan protección deberán encontrarla fuera del continente.
Lo dicho no significa que EE UU deba seguir manteniendo el ya muy débil bloqueo que ejerce sobre Cuba. Obama sabe seguramente que los dictadores necesitan un agresor externo, real o inventado y el bloqueo es lo que más ha servido a la dictadura cubana para legitimar la ruina en que ha convertido a la isla. Con el levantamiento del bloqueo la economía cubana ganaría algunas divisas pero Castro perdería un gran pretexto.

Por lo demás el bloqueo no llevará a la democratización de Cuba. El no- bloqueo tampoco. Puede por cierto que el levantamiento del bloqueo provoque una que otra medida liberalizadora, como la concesión de pasaporte a Yoaní y a sus compatriotas. Pero la democratización no vendrá sola. Deberá ser conquistada.

El pasaporte de Yoaní también fue conquistado y lo fue por ella misma y quienes a ella se unieron. Yoaní en ese sentido no le debe nada a Castro. Mucho menos a los gobiernos latinoamericanos frente a los cuales Castro utilizó el pasaporte de Yoaní como carta de presentación.

Para nadie es misterio que ningún gobierno latinoamericano ha manifestado solidaridad con los presos y perseguidos cubanos. Si por esos gobiernos fuera, Yoaní estaría hoy secando sus heridas en alguna de las tantas celdas de Cuba.
El pasaporte por el cual lucharon Yoaní y los suyos fue logrado a través de una larga y dura lucha que la llevó a conquistar “un lugar en el mundo” y ese es un mérito de ella y de quienes la acompañan. Pero de nadie más.